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viernes, 20 de enero de 2012

Seca por Dentro


Tomé una botella, la rompí y de la misma forma que el día anterior la enterré en la espalda de Damián, lo hice igual en mis muñecas. El filo del vidrio iba rompiendo mis tejidos y cada punzada se encargaba de inhalar aquella escena.  
Las palabras antes dichas invadían mi mente ahogándola sin piedad, sentía que lo estaba viviendo justo en ese instante, la conversación tormentosa era gritada a través de las paredes, debajo de la cama, escuchaba que cada objeto del cuarto me susurraba:

-¿Darling qué quieres? –me dijo al entrar al taller. 
-Yo vine a… -una pausa larga hasta que por fin me atreví. -Vine a proponerte algo, se que hemos hablado de esto pero yo te quiero, te necesito cerca, quisiera que me entendieras. Solo tengo 15 años.
-Eso no tiene nada que ver, si en verdad sintieras algo por mí, dejarías de hacerte la monja.
-No es eso Damián, sabes que le hice una promesa a mi madre.
-¿Una promesa?  Y crees que esa promesa te dará lo que yo puedo darte, no me hagas perder el tiempo.-dejó vacía la última botella de licor barato y se alejó de ella.
-Pero… mi madre era lo único que tenía, con mi padre no puedo contar, tu eres todo lo que tengo. Intenta comprenderme, soy muy infeliz. 
-Bueno no vayas a llorar.-se acercó y me miró como si mis pechos le rogaran colgarse de ellos. -¿Qué es lo que viniste a proponerme?
-Quiero que ahorremos, yo voy a buscar trabajo y pronto podríamos vivir juntos.-le dije con emoción. 
-Ja ja ja –me miró de pies a cabeza.- No puedo hacer eso, pero aun así te haré muy feliz Darling. -¿Y cómo?- le dije sonriendo. 
-Acércate,  dame un abrazo y te lo diré. 

Fue hace unas 10 horas que me ocurrió aquello. Llegué a casa desecha. Mi viejo borracho como siempre no hacía más que dormitar en el sofá frente a un televisor que solo presentaba rayas grises. Entré corriendo y subí al cuarto. Me tiré al suelo con las manos en la cara, el mar que habitaba en mis ojos empapó las rodillas, sin sostén y con la ropa rasgada, todos esos recuerdos me dominaban: las manos sudorientas que golpearon mi cara, recordé el olor que alguna vez me parecía agradable y ahora me repugnaba, mis piernas entreabiertas y la dignidad encerrada, una humedad incontrolable y los sonidos indelebles que producía cada movimiento.

Al terminar,  me miró asquerosamente y se dio vuelta. Intentó decir una frase que murió por el crujir del vidrio roto antes de ser completada.

Ahora siento punzadas tenues libres de dolor, pero cargadas de alivio, no visualizo el líquido rojo que me torturó el día anterior. El mar se asoma, una presión en el pecho, el descontrol otra vez. Me toco las mejillas y la humedad no está, miro mis muñecas y no sangro. Elevo la mirada para ver la luz del amanecer reflejada en la ventana y finalmente grito -Me he secado por dentro.

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