Por un momento pensé que mi sonrisa fingida arreglaría todo. Fue tu mirada sincera la que me dijo que no, que fingir no bastaría, que desafiarme a mi misma sería lo mejor. Entonces renací en mi verdadero yo. Descubrí en una lágrima resbalando en tu mejilla la transparencia de mi alma y me gustó lo que reflejaba. Desde ese momento decidí seguir el rocío que dejaba esa gota mostrándome el camino.
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